Sunday 18 November 2007

El deseo hecho humo

Escribí este texto tras la Semana Santa de 2005, cuando todavía no era real el debate sobre el consumo de tabaco en establecimientos públicos.

Hace unos días, cuando estaba disfrutando en un céntrico bar pamplonés de estas vacaciones primaverales observé a un tipo que se acercó a la máquina de tabaco. Introdujo un par de euros o tres, que no es poco, y pulsó el botoncito de no sé qué marca de tabaco. La cajetilla no salía, el hombre esperó, pulsó de nuevo el botón, volvió a esperar sin resultado, dio un pasito atrás... Pues no, señor, que no le da la gana de salir a la dichosa cajetilla. Entonces el tipo renunció al tabaco y pulsó el botón de devolución. Esperó como antes, pero nada, oye, que no está la máquina para coñas marineras hoy. Miró a la camarera, volvió a darle al botoncito de devolución, nuevo paso atrás. Sinceramente, el hombre estaba muy preocupado, mirando a la camarera para ver si le hacía caso, pero ésta no se enteraba.

Yo observaba la situación tranquilamente desde una mesa junto a la ventana, la tarde estaba nublada, de hecho cuando salí del bar comenzó a llover furiosamente, como reprochándome no haber ayudado a aquel fumador cuyos deseos de fumar se habían hecho humo. Bueno, como decía, yo estaba mirando la escena con media sonrisa dibujada en la cara pensando que al hombre le apetecía fumar, pero, que quizá al tabaco no le apetecía ser fumado, que todo puede ser.

Al final el tipo decidió reclamar a la camarera, no llegué a escuchar lo que le decía, pero debió de ser algo así: "Oiga, la máquina de tabaco no funciona y no me devuelve el dinero". La muchacha, encantadora por cierto, salió de la barra y obligó a la máquina a devolver la pasta al tipo, pero se quedó sin fumar, lo que agradecí, pues aunque el lugar es grande ya estaba suficientemente repleto de humo. Pero eso a la mayoría les da igual, no se dan cuenta que los que no fumamos nos tenemos que tragar el humo que ellos generan. No merece la pena recordarles los millones de personas que mueren anualmente en todo el mundo por enfermedades derivadas del consumo de tabaco. Les da igual, es como si no fuera con ellos. Por estas razones me parece un tanto vana la campaña de poner esas esquelas en las cajetillas de tabaco, pues a la mayoría de la gente, entre las que me incluyo, nos causa cierta risa malévola. Parecen amenazas.

Solo pido que las máquinas de tabaco fallen con más frecuencia, que sufran un poco los fumadores, al menos como sufren los que tragan su humo en cualquier bar o al cruzarse con ellos por la calle.