Sunday, 3 February 2008

Morir en Escábilo (I)

Les invito a imaginar esta mañana luciente y ardiente como otro de tantos días oscuros y gélidos en la aceitosa ciudad de Escábilo. Eternamente rubio, Malios pasea cogido por la mano de su madre. Su papaíto murió hace algunos años, con cincuenta y dos hierbas, vía enfermedad cardíaca porque en el mundo no hay conciencia sentada; si la hubiera, habría muerto menos fulminante y quedamente. Malios, sin embargo, es un joven proporcionado: cauteloso y circunspecto, instruido y preclaro... todo lo que una dama escabilien soñaría. Ella siempre me pareció una fulana, o siempre lo fue, obligada por el gatillo de su marido. El viento, suave y apacible, dulce céfiro, columpia las hojas de los árboles e incluso los deja huérfanos de su abrigo. Púber y Explorada pasean espectrales en tanto yo los observo, vista impresionista, desde la azotea de un edificio cercano. Miro al cielo y rezo, apunto y disparo. Compruebo que el niño está muriendo: yace sobre la Tierra, su sangre brota todavía, su cuerpo, en blanco y negro, trepida, dice te quiero a su mamá...

Soy Boel Tasbiri. Joven, pero he olvidado las canciones de campamento, me siento como un metal quebrado, viejo y oxidado que envejece y se oxida olvidado como las canciones de campamento. Soy menos valle que colina y más cometa que planeta, más siniestro que diestro y menos tumba que clavel. Viví donde nací para morir plácidamente.

Ahora caminaré hacia el parque para saludar y despedir a la pareja. Me presentaré a la madre como el asesino y la consolaré. Malios me insultará, esputo con sangre, y lanzará una patada contra mi rodilla. Entonces acertaré que no merezco vivir: me arrodillaré ante Malios y le susurraré al oído. Con mi ayuda logrará que una bala, antes contigua a la que lo atravesó a él, surque la testa de su asesino. Moriremos, abrazados, ab intestato.

Foto de Paulo Barcellos Jr.