javier se encontraba escribiendo la última de la última del último verso de un poema de amor, quizá el mejor que había escrito nunca, cuando le sorprendiste al alba, como si fueras la propia alba cuando solo eres la luz dañina del alba. te colaste por esas rendijas que tienen algunas persianas sin pedir permiso en la habitación que fue tuya, que ahora no, y comenzaste a revolverlo todo. no le importó a javier cuando desordenaste su ropa. más. no le importó que deshicieras la cama que había hecho la mañana anterior pero no había ocupado esa noche porque la pasó en vela escribiendo su, quizá, mejor poema de amor. no le importó que hurgaras en los cajones donde todavía guardaba en su sobre alguna carta tuya que le escribiste cuando la habitación era tuya.
entonces sólo le importaba el poema que tenía delante; podía haber bajado al máximo la persiana en un momento y haberse librado de ti con ello. pero es que entonces sólo le importaba el poema. de amor. ¿por qué no dejarte hacer cuanto quisieras, del mismo modo que se concede una última voluntad al condenado a muerte? si es que no existía ese porqué, no tardaste en inventarlo: revuelta toda la habitación que fue tuya reparaste en el poema de amor que sólo era suyo. de ella.
con tu luz dañina fuiste iluminándolo: las letras comenzaron a temblar. unas se convirtieron en otras, siempre más feas: el amor en dolor cuando el primer palo de la eme se subió al extremo derecho de la a y el palo derecho se estiró tanto que se separó y se convirtió en ele y el palo central se enroscó, no sé cómo exactamente, para formar la o más redonda que se haya visto. otras desaparecieron sin dejar siquiera el surco que sobre el papel deja un lápiz afilado. las menos se quedaron donde estaban o simplemente cambiaron de sitio, pero su, quizá, mejor poema de amor no era ya más que un campo de minas de dolor y de olvido. minas que detonaban en cuanto las leía y lo dejaron casi muerto. a javier. al alba.
Foto de Jano De Cesare.