Al tocarte las manos
¡tus manos me han tocado!
Por dentro, tan al fondo,
tan de verdad ha sido,
que son un poco mías,
ya, tus manos.
Ya, no quiero las mías.
¿Por qué si ahora puedo
tocarte desde ti?
¡Cómo se mueven! Sí.
¡Cómo me mueven!
Al tocarte las manos
¡tus manos me han tocado!
Por dentro, tan al fondo,
tan de verdad ha sido,
que son un poco mías,
ya, tus manos.
Ya, no quiero las mías.
¿Por qué si ahora puedo
tocarte desde ti?
¡Cómo se mueven! Sí.
¡Cómo me mueven!
¡Cuanto más cerca estás
más odio la distancia!
Porque, frágil, nos niega
caricias, besos, cielos
de otros colores nuevos.
Si llegase a tocarte
se rompería toda;
la distancia sería
contacto permanente,
la orgía universal
(humanidad siamesa).
Un sueño realizado,
¿y el error de mi vida?
Algo me está diciendo
que no fue de verdad
lo nuestro
después del primer beso.
Que solo
lo llamamos amor
para poder decir
«te quiero».
Pero sé que no es así,
era cierto. Tan cierto
que será siempre cierto.
Cierto, cierto y más cierto,
setenta veces cierto,
y
cada vez más cierto.
14 Quiero ser tu paciente en observación eterna,
11 que me exploren tus manos las heridas:
11 los cortes que me infecta la distancia;
14 las cicatrices que me re abren los silencios
11 rotos solo por los versos de cada
14 poema en blanco y negro que no nos dedicamos.
14 Quiero que compruebes tus teorías de amor
11 conmigo, en este cuerpo nuestro. Tuyo
11 desde que rompimos todas las reglas
14 del juego que inventamos para no ser nosotros
11 los únicos culpables de la muerte,
14 tan lenta (fueron meses), del sentimiento previo.
Del delirio de enero
a la distancia de agosto.
Me temo que ya no puedo
permitirme tenerte velada
las noches de amor casi negro
del próximo invierno (¡qué llama!)
si llego directo a tu oído
y te digo,
mintiendo,
que no te quiero nada.
Juegas a las indirectas,
que es le dejas,
que es te alejas;
crees que está decidido
y te das un tiempo
que es
que es tiempo perdido.
Foto de Anne Siegel.
No necesito mi voz para decir «te quiero»,
ni mirarte... a los ojos desde los rincones sombríos
de un invierno cualquiera desde 2005.
No me iluminan mis pasos
si no los doy contigo.
Nosotros somos la sombra de lo que sentimos
y estos versos,
nuestra propina escasa.
Dos noches claras y cuarenta en la niebla del olvido.
No me iluminan mis pasos
si no los doy contigo.
Sueño que vivo en la tregua
de amor de una guerra que no ha acabado.
En el tiempo muerto de un tiempo
que sigue vivo.
No me iluminan mis pasos
si no los doy contigo.
Déjate de consejos y conveniencias
y dime (no necesitas tu voz) que no me quieres.
Si me quieres, cualquier canto
de sirena que me guíe será bienvenido
porque...
... no me iluminan mis pasos
si no los doy contigo.
En tu cuerpo tengo una embajada
con forma de puñal tan afilado
que asusta a los valientes que se acercan
en busca de caricias o refugio.
En tu cuerpo tengo mis ahorros
de palabras que unidas son poemas
que escribo para ti pensando en otras
primaveras que habrán de vernos juntos.
Crepúsculo de día
en cuanto abres los ojos.
Todo es tan claro entonces:
tu risa, la más clara;
de todos los amores,
sólo el tuyo clarísimo.
Crepúsculo de noche
cuando los cierras todos.
La oscuridad me acecha:
vivo en la cara oculta
de nuestro mundo orático
esperando impaciente
a que se dé la vuelta.