Me sentía, en uno,
serafín y querube,
observando su belleza.
No quería sino ser adlátere
de su piel;
con todo, la veía con lejanía
celestial superlativa,
y gritaba ab irato,
ab initio... ab aeterno.
Está lloviendo, lloviendo...
Toda el agua que cae
no podría esconder
la salobridad de las lágrimas
de aquel impúber soñador
que moría cada noche
al recordar la sonrisa,
aún entre principada y arcangelical,
de la creadora del instante a quo
de su futura sensibilidad.
Aunque todo el mundo sabe que lo angelical supera lo arcangélico como la omnisciencia supera nuestro entendimiento. Si no como Luz (bondad, belleza e inocencia), lo angelical es inefable.