Las pesadillas se suceden, tiene miedo a dormir, tiene miedo a encender el televisor, tiene miedo a contestar al teléfono y tiene miedo a abrir el buzón y recoger la correspondencia. La suerte está echada. Cada vez muere más gente del bando del amado. Hoy le duele especialmente el corazón.
Él observa la llegada de un soldado enemigo. Sabe lo que viene después. Los van asesinando uno a uno y ahora le toca a Él. Nada que hacer. Lágrimas. Ella siente la escena a miles de kilómetros, casi como si estuviera allí. No podrá olvidar esta fecha.
Llamada telefónica: «Dígame». La espera ha terminado, y la agonía. El amado ha muerto, la misión de rescate falló. Los que podían salvarlo fallaron. El perro está mejor, no tenía nada grave. No quedan lágrimas en sus ojos. No puede gritar. Cuelga. El encuentro utópico, las oraciones, las fantasías en el aire, nada, todo ha fallado. La espera eterna del que nunca retornará. El sol no correspondió como debía a la sonrisa de una amante esperanzada. Jamás le dedicará otra sonrisa. Se toma un flan y reza por su alma, a pesar de todo. No quiere vivir, pero no quiere abandonar la vida que le dio y quitó todo, que le dio y quitó a Él. Vivían en una cápsula. Él tenía la llave, pero la llevó consigo y ya no podrá salir. Finalmente se acostó y murió en la cama treinta años después, de artrosis en el alma. La ropa seguía en el suelo y los cubiertos y el trozo de flan del amado sobre la mesa. Sus nombres no importan. La historia se repite.