Archángelo.─ Vaillant, el aborto..., no sé.
Vaillant.─ No sabes... ¿qué?
A.─ No lo veo. No me parece bien.
V.─ ¿Puedo preguntar el porqué?
A.─ Esas criaturas. Me las imagino ahí, con los ojillos cerrados y me parece horrible que les arrebaten esa vida suya cuando todavía no son conscientes de ello.
V.─ Supongo que quien aborta tiene sus razones.
A.─ Sí, «soy demasiado joven» o «no puedo mantenerlo» o «tengo que estar centrada en el trabajo» o «no me da la real gana»...
V.─ ¡Para! También «no quiero tener un hijo fruto de una violación» o «no estoy preparada en ningún sentido para darle la vida que se merece» o «con los problemas que tiene va a sufrir sobremanera».
A.─ Es cierto, pero no me negarás que son más quienes lo hacen por temor o capricho.
V.─ No estoy seguro. Me parece que en realidad los comprendo.
A.─ No me jodas, ¿te gustaría que te lo hubieran hecho a ti?
V.─ Mi respuesta no sería parcial.
A.─ ¿Es que el bebé no debería tener parte?
V.─ No son bebés todavía.
A.─ Vale, como quieras, la criatura.
V.─ Pero, ¿qué parte? Como tenerlo en cuenta.
A.─ Dejándolo nacer.
V.─ Es decir, le damos parte quitándosela a la madre.
A.─ Todavía no es madre.
V.─ A esa persona.
A.─ No puedes obviar que ese feto será una persona en poco tiempo.
V.─ Entiendo lo que dices, pero si fueras una mujer y te quedases ahora, con tus espléndidos diecinueve, embarazada, ¿qué harías?
A.─ No sería parcial... pero esa situación es precisamente la que me hace no estar convencido.
V.─ Se te ve el plumero, Archángelo.
A.─ Que no esté convencido de su inconveniencia no quiere decir que me parezca bien. Que yo hiciera una cosa indebida, no la hace debida, precisamente.
V.─ Así que no vamos a concluir nada.
A.─ ¿Para qué? No serían más que opiniones.
V.─ La opinión es fundamental.
A.─ Está mal.
V.─ O no tanto.